lunes, 4 de mayo de 2009

sentimental

He estado leyendo estos días, no se piensen que no. Menos de lo que querría, pero algo he leído.


He leído, por ejemplo, Papá, de Aude Picault, que es un libro pequeñito lleno de ternura y de dolor que la autora ha resuelto con el desparpajo y la frescura que derrochaba en sus anteriores títulos para Sinsentido. Está aquí la voz en primera persona, está su particular manera de compaginar imagen y palabra, está su deliberada falta de pudor... todo ello, al servicio de una memoria personal, un ajuste de cuentas con el recuerdo de su padre, que un día decidió suicidarse (una escopeta de caza, un tiro en la cabeza) y la dejó sola y con miedo de olvidarle, de que su figura acabe difuminándose y pase a ser algo de lo que uno se acuerda de vez en cuando y como de lejos.

El libro, pequeño, editado con gusto, se lee en pocos minutos... y se relee casi de inmediato. A mí me ha parecido una joya. (Que no será del gusto de todos, pero que a quien guste, gustará mucho.)


He leído también, hace ya unos días, cuando se distribuyó, el Burbujas de Daniel Torres. Y he tardado todo este tiempo en decidirme a escribir el laberinto de sensaciones contradictorias que me asaltó mientras leía, porque el libro no va a dejar indiferente a nadie (y a lo mejor eso es bueno, no sé).

Durante su lectura me gustó mucho la libertad con que el veterano Torres juega con los recursos (narrativos y gráficos) del medio, como si acabara de descubrirlo y estuviera probando hasta dónde se puede llegar. (O como si se acabara de leer los libros de Scott McCloud, y con provecho.) Me hico arrugar el morro, en cambio, comprobar que la historia se reducía a una nueva versión de la crisis de los cuarenta, ese clásico (ya saben: dónde estoy, qué hago, qué ha sido de mi vida, de mis sueños... ¿les suena?); si bien es cierto que, sin haber llegado aún a las últimas páginas, había ya decidido que no era poco cambio leer sobre una crisis adulta después de tragarme las múltiples naderías existenciales de mil autores indies que todavía hoy no necesitan afeitarse a diario. Me gustó también el retorno al blanco y negro y el gusto con que el bitono está aplicado. (Que sí, que hay figuras encajadas regular y soluciones un poquito planas, más viniendo de quien firmó cosas tan potentes como los primeros libros de Roco Vargas... pero lo que cuenta es la narración, y en ese campo no hay peros y sí aplausos.)

Y lo leí entero, con una sonrisa en la boca. Y me gustó. Con algún pero, sí: peros menores, cosas mías. Pero me gustó. Y me gustó, además, que el mismo Daniel Torres al que seguí durante años al mando de la Estrella Lejana se atreviera a reinventarse: aunque el experimento hubiera salido mal, el gesto en sí mismo sería de aplauso.

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