jueves, 29 de diciembre de 2005

de memoria

Cosas que se me ocurren.

Acordarme, por ejemplo, de mi abuelo. De mis dos abuelos.

De uno recuerdo paseos hasta un parque, escucharle hablar con alguno de los viejos con que nos cruzábamos. Y recuerdo algunos de los libros que guardaba en su casa, viejas ediciones en tapa dura y de cubiertas rancias. Recuerdo haber leído de su biblioteca El otro árbol de Guernika, que por alguna razón me fascinó hasta el extremo de releerlo verano a verano... Recuerdo una portada horrenda, con un cohetito de juguete orbitando una Tierra en llamas; era una novela publicada por un conocido de la familia, un librero del pueblo; una novelita de presunta ciencia-ficción, perfectamente despreciable. Recuerdo, también, que fue él, mi abuelo, quien me inició en la lectura de los bolsilibros de Bruguera, ya saben, Silver Kane, Curtis Garland, nuestros pulp; alguno de esos tipos con los que solía charlar le reprochaba que no se decantara más por Estefanía, le parecía que lo demás era cosa de mujeres, como lo de la Tellado, y mi abuelo y yo nos mirábamos con un gesto de entendimiento: ¡qué sabrían ellos!

No hablaba mucho, tenía cierto aire de melancolía que se veía acentuado por la nariz larga, por el sombrero gris que solía vestir.


Tampoco el otro hablaba demasiado, la verdad. Si uno se para a pensarlo... Él era más de campo, por así decir. En su casa, que tenía patio y corral, no había más libros que los que yo llevaba para leer durante las vacaciones, pero sí gallinas y conejos, y una higuera señorial que cada año estaba más y más grande; recuerdo el olor de sus hojas y de los higos maduros, la savia blanca y espesa que se quedaba entre los dedos cuando estaban recién cortados. Y recuerdo cómo mataba a los conejos, cuando tocaba hacerlos con arroz, o con patatas: los cogía de las patas traseras y aguardaba a que dejaran de moverse para, con un hocino, de un golpe seco, desnucarlos. (Recuerdo también el proceso posterior: desollar al animal, desangrarlo, eviscerarlo, descuartizarlo... Me acuerdo con la misma sensación vívida con que recuerdo el sabor de los guisos, la textura sabrosa que la sangre proporcionaba al arroz, el caldo oscuro... ) Con él, los paseos eran más cortos. En él, la melancolía venía dada por una mirada húmeda y por su manera de caminar, con las manos enlazadas a la espalda y la cabeza gacha.


Cosas que se me ocurren, ya ven.

Ambos están ya muertos, sí. Desde hace tiempo. Ambos vivieron la guerra y lo que vino después, y de toda esa muerte, de toda esa tristeza (incluso de la cárcel, en el caso de uno de ellos), quedaban huellas bien visibles en esa manera de mirar o de caminar, en sus largos silencios. Entonces, claro, no era capaz de verlo: ni sabía qué debía buscar. Ahora, desde aquí lejos (en el tiempo), sí puedo sentirlo.

Cosas, en fin. Cosas.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien.

Es más: bien.
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Anónimo dijo...

Vale, bien. ¿Bien qué?

Anónimo dijo...

Pues que es delicioso lo que dice y cómo lo dice.

JCuadrado

(Es que no sé firmar como antes...)
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fcnaranjo dijo...

Creo que hay que elegir la opción "otros", en lugar de la de "anónimo". Debería bastar con eso... pero vamos, tampoco lo tengo muy claro... ejem

(Ah... y gracias.)

Anónimo dijo...

A ver si es verdad...
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Anónimo dijo...

Es verdad... a medias: hay que escribir las letritas...

Pero..., bueno.
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